martes, 16 de abril de 2013

ENTREVISTAS


THANIA ALEXANDRA DURAN 

¿Vale la pena el riesgo? Entrevista con Mario Molina



Integrante
del Panel Internacional sobre Cambio Climático, experto en la
composición química de la atmósfera y premio
Nobel, Mario Molina documenta en esta entrevista las pruebas
científicas del cambio climático y las medidas
concretas que aún estamos a tiempo de tomar.
Junio 2007 | Tags: 
¿Vale la pena el riesgo? Entrevista con Mario Molina 4164Mauricio Gómez Morín

Mario Molina, junto con su colega F. Sherwood Rowland, predijo en 1974 que la capa de ozono se iba a reducir como consecuencia de la actividad humana; en concreto, de los gases clorofluorocarbonos o CFC, que hasta ese momento se consideraban benignos y que habían impulsado de manera definitiva la industria de la refrigeración y la de los aerosoles. Fue la primera prueba contundente de que el hombre tenía la capacidad de producir alteraciones de repercusión catastrófica en la Tierra. Su aportación, que culminaría con el premio Nobel de química en 1995, no se limitó a esto. Molina encabezó la primera revolución ecológica a nivel mundial, consiguiendo, en un lento proceso de concientización, que los gobiernos de todo el mundo apoyaran la prohibición –pactada con las empresas– de producir estos gases y su sustitución por nuevas tecnologías. Es en esta doble vertiente, como químico atmosférico reconocido a nivel mundial y como emblema de un logro ecológico, desde donde hablamos del cambio climático, el estatus de la ciencia sobre el tema y las perspectivas del futuro.

Mario Molina hace gala durante toda la entrevista de una sencillez y amabilidad dignas de los hombres verdaderamente sabios. Su gran preocupación, conciente del público de Letras Libres, es ser claro y accesible sin caer en la pura y llana pedagogía. ~

Desde que publicaron usted y Sherwood Rowland el artículo en la revista Nature, en 1974, sobre el daño en la capa de ozono por los gases CFC (clorofluorocarbonos), hasta el Protocolo de Montreal, de 1987, que los prohíbe, hubo un proceso mundial de concientización. ¿Cómo lograron que la opinión pública y los gobiernos se dieran cuenta del peligro y qué enseñanzas podemos obtener para abordar el reto del cambio climático?

Efectivamente, el caso de la capa de ozono es un antecedente importante. Cuando publicamos el artículo había menos conciencia general sobre la protección al medio ambiente que hoy en día. Desde este punto de vista, nos costó más trabajo. La dificultad inicial era que se consideraba nuestro problema muy esotérico, pues estábamos hablando de una capa invisible, aunque muy importante para el planeta, que nadie sabía qué era, y de la radiación ultravioleta, que la gente tampoco ve, y de gases también invisibles… No eran cosas del conocimiento común. Pero el hecho de que estuviéramos hablando de un problema a nivel global causado por actividades humanas fue quizá lo que llamó la atención en aquel entonces, y hasta cierto punto sí me sorprendió que hubiera una respuesta inicial significativa. Descubrimos, como humanidad, que teníamos la capacidad de perjudicar al planeta, y que nuestra responsabilidad era tratar de remediarlo. Y esto se reflejó –al menos en Estados Unidos, donde yo vivía en aquel entonces– en una parte de la sociedad, que fue la que respondió. Por ejemplo, empezaron a cuestionar los beneficios de las latas de aerosol, cuya solución, por cierto, no fue dejar de usarlas, sino sustituir sus compuestos dañinos. Lo mismo con el otro uso importante, que era la refrigeración. La lección importante en ambos casos es que no hubo una disminución de la calidad de vida para resolver este problema, sino simplemente una voluntad para enfrentarlo y algunos costos, que resultaron menores para la sociedad comparados con el inmenso daño potencial. La concientización en el mundo de los políticos, los que han de tomar decisiones, fue dispareja: algunos de ellos respondieron con fuerza y otros no le hicieron caso. De ahí la importancia del papel que tuvieron los medios de comunicación. Inclusive en un programa de televisión, muy visto en aquel entonces, que se llamaba All in the Family, uno de los actores habló de este problema y de cómo deterioraba al mundo. Ese tipo de cosas la gente las ve y responde. Eventualmente, lo que tuvo éxito fue que la reacción inicial de los gobiernos evolucionó de tal manera que, cuando ya era hora de tomar decisiones –esto fue ya hasta los años noventa, después de la firma del Protocolo de Montreal–, ya había incluso competencia entre las naciones para responder al problema. Se trataba de la primera revolución ecológica a nivel global amparada en datos científicos. En el caso del cambio climático, el problema es más difícil de resolver, y aún nos falta un largo camino por recorrer.

¿Llevaron una estrategia de medios o fue improvisándose sobre la marcha?

Fue improvisándose desde el punto de vista de que mi colega, Sherwood Rowland, y yo éramos los únicos que defendíamos esa tesis y no teníamos experiencia. Yo aprendí con cierta rapidez a comunicarme con los medios, a poder explicar cuál era la gravedad del problema, y de una manera inteligible para la gente. Así es que fue una mezcla de corresponder a lo que se estaba difundiendo a través de los medios, y de trabajar de manera activa con los que tomaban las decisiones –nos empezaron a invitar a hacer declaraciones en el Senado y en la Cámara de Representantes de Estados Unidos–, y también a través de instituciones profesionales: la Sociedad Química, la Academia de Ciencias, sociedades de mucho prestigio que estaban apoyando la veracidad de una hipótesis que sólo después se comprobó experimentalmente. En estos casos, una de las dificultades está en distinguir lo cierto y comprobable respecto de las especulaciones. Hay mucha charlatanería y profetas del Apocalipsis. Por ello fue importante tener el apoyo de estas reconocidas instituciones.

Por cierto, un antecedente fue el descubrimiento de que el uso del DDT como pesticida en el campo tenía efectos secundarios en el medio ambiente. La novedad con el ozono es que el problema era claramente global, y el DDT era más bien un problema de los países que podían industrializar al máximo su producción agrícola.

La investigación, el descubrimiento, la sensibilidad social y de los medios sobre la capa de ozono fue algo fundamentalmente norteamericano. ¿Qué pasó en esa sociedad para pasar de la vanguardia en las reivindicaciones ambientales al furgón de cola, como demuestra el rechazo del Protocolo de Kioto?

Con el cambio climático, la postura de la ciencia, hasta quizá meses muy recientes, estaba mucho menos avanzada de lo que logramos con la capa de ozono. Y además, hubo una campaña muy fuerte en Estados Unidos, sobre todo de empresas petroleras, para evitar restricciones sobre los combustibles, con estrategias que sí tuvieron mucho éxito al cuestionar el factor humano como determinante del cambio climático. La mayoría de la gente en Estados Unidos pensaba, hasta hace poco, que esto era o bien una exageración sobre el futuro o algo muy cuestionable, mucho menos verificable que el agujero en la capa de ozono. Una de las respuestas que he estado usando ante esa situación es que, incluso si se aceptara que no haya certidumbre absoluta sobre estas predicciones, un análisis de riesgo elemental nos dice que no parece sensato desatenderla, dada la magnitud de sus consecuencias potenciales. La evaluación de este riesgo ya no es un privilegio de los científicos. El científico puede comunicar cuál es la probabilidad de que pase esto o aquello en la Tierra, pero es la sociedad en su conjunto la que decide si se va a correr el riesgo o no, y si vale la pena pagar el costo necesario para evitarlo.

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